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Decálogo para el manejo de la ansiedad en el autismo (II)

Continúo en esta publicación (si quieres leer la primera parte, pincha aquí), comentando el decálogo del libro de Isabel Paula Pérez "La ansiedad en el autismo. Comprenderla y tratarla" (si quieres ver su reseña, pincha aquí). Tras el impacto que ha tenido la primera parte (muchas gracias por las numerosísimas lecturas, por vuestros comentarios en Facebook y por haberlo compartido hasta la saciedad), espero que esta segunda os sea igual de útil. Sigamos con el decálogo.


Sexto. No importa lo que siento, solucióname el problema: las personas con autismo no necesitan un análisis de qué es lo que siente en un momento de estrés y ansiedad (eso se puede realizar en otro momento), lo que necesita es que le ayudemos a resolver el problema de forma operativa.Un ejemplo de ello es el uso de un lenguaje claro y sencillo y a un volumen de voz adecuado, que evite que nuestra forma de dirigirnos a ellas contribuya a aumentar su ansiedad. También es muy importante controlar nuestra reacción.

Desgraciadamente, las situaciones ansiógenas de las personas con TEA tienen un efecto sobre las personas que convivimos con ellas (en un efecto llamado "transaccionalidad" del que ya hablé en pasadas publicaciones, puedes saber más si pinchas aquí). Es muy importante ser consciente de esta situación porque, en ocasiones, reaccionamos en la dirección contraria a la contribución de la solución del problema: reacciones "airadas", poco calmadas, hablando mucho y muy rápido por lo estresante de la situación, cuando deberíamos utilizar un estilo interactivo con la persona con autismo que se cimente en la calma y en la la sencillez.

Séptimo: aceptar incondicionalmente a quien debemos ayudar. Es importante no personalizar nada de lo que sucede o dice la persona con autismo en un momento de ansiedad. En esos momentos se encuentran fuera de control y no son capaces de dominar sus actos o palabras. 

De ahí lo importante, en mi experiencia, de convertirse en una "persona de referencia" para el niño o niña con autismo, ya que seremos las personas que más fácilmente y más rápido contribuiremos a volver a regular la situación, en las que la persona con TEA confía para realizar esa labor y a las que, a pesar de que en el momento de ansiedad podamos encontrarnos con respuestas desagradables, continuamente nos regalan su afecto y su compañía. La conducta asociada a la ansiedad es una pequeña gota negra en un bello mar azul.

Octavo: no esperar a que el tiempo solucione problemas. Si no actuamos sobre el origen de los problemas de ansiedad, corremos el riesgo que éstos se cronifiquen. Es importante abordarlos desde un primer momento e incluso si es posible, los prevengamos.

Si recordáis el ejemplo de la primera parte de esta publicación, el haber obligado al niño a lavarse las manos o no haberle dado una respuesta educativa a esa situación, hubiera terminado probablemente en una cronificación del lavado de manos como conducta "problemática" y quién sabe si, por ejemplo, a un posterior rechazo al contacto con el agua.

Noveno: no abordar todas las situaciones ansiógenas. No podemos intentar abordar todas las situaciones generan ansiedad. No sería realista. Para ello debemos priorizar.

Isabel Paula propone 3 criterios que son:

a) Situaciones que puedan poner un daño o peligro físico para la persona con autismo y/u otras personas.

b) Situaciones que generan un alto nivel de sufrimiento emocional y, en ocasiones, físico como en el caso de la hiperreactividad sensorial.

c) Situaciones que obstaculizan otros aprendizajes, aspectos cruciales de la convivencia familiar y el funcionamiento en los diferentes contextos.

Otra forma de priorizar sería la planteada por Ross W. Green, en su libro The explosive child (traducido al castellano bajo el horrendo título de "El niño insoportable"), en el que divide los comportamientos en 3 cestas:

*Cesta A: La persona adulta debe ser inflexible en su respuesta y está relacionada con el riesgo de hacer daño físico a sí mismo o a los demás y de "romper" o "estropear" su entorno. Por ejemplo: asomarse por una ventana.

*Cesta B: se caracteriza por la flexibilidad de la persona adulta frente al comportamiento del niño o niña y se trata de entrenar habilidades poco desarrolladas, como la resolución de problemas. Por ejemplo: dar a elegir entre dos actividades que son satisfactorias para el niño o la niña, si previamente a terminado su tarea escolar.

*Cesta C: todas aquellas que no transgredan una norma importante. Por ejemplo: comer con los codos encima de la mesa.

Décimo: el comportamiento es el síntoma, no el problema. El comportamiento disruptivo no es una provocación o un desafío. Es la consecuencia a un fracaso de la capacidad de autorregularse emocionalmente. Es la punta de un iceberg que somos capaces de observar pero que se encuentra asentada, habitualmente, en múltiples factores. Si trabajamos en evitar que esos factores aparezcan, mediante sistemas de respuesta adecuada a las necesidades del alumnado con autismo, muy probablemente las situaciones ansiógenas se reduzcan a la mínima expresión.

Hasta aquí mi interpretación del decálogo. Espero que os pueda ser de utilidad.






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